Era el otoño de 1992. Ya debía pensar dónde haría mi práctica profesional en el verano. Ver El mercurio o La Tercera, me daba dolor de guata, sentía que sería como trabajar con "adultos" retrógrados e intolerantes (con el tiempo aprendí a ser más tolerante, claro está). Entonces, un día mientras hojeaba la revista Apsi, que religiosamente compraba mi padre cada 15 días, dije: aquí es, aquí, porque como escriben es admirable, como reportean es admirable. ¿Quiénes son? No conocía a nadie, pero hacían el periodismo que a mí me gustaba y me daba el sentido para estudiar esos 5 años en la U.
Observé el colofón y vi la dirección... Era una casa azul cercana al barrio Bellavista, me esperaba el editor Rafael Otano, un español cano, alto y directo, quien se transformaría en la síntesis de mis maestros del periodismo. Nunca lo supo, pero fue un hecho.
Era el verano de 2003 y con toda mi adrenalina tenía el pase para hacer mi práctica en la revista Apsi. Esos meses se convirtieron en uno de mis más añorados veranos. Sólo me dediqué a aprender, a observar y a escribir.
Habían jóvenes como yo, pero que tenían más carrete en la Revista, hoy son reconocidos reporteros como el queso en El Mercurio, Juan Andrés, director del Clinic y la marce, de ellos aprendí a engrupirse con la pega. También recuerdo a Gumucio que llegaba con maletín en mano a entregar su crítica de TV, ácida e inteligente, pero que nunca saludó (pienso ahora que era por dislexia galopante, prefería hablar con pocas palabras a quienes no conocía mucho).
Si bien mi tema siempre fue la cultura, Otano me tiró a los leones y me puso a hacer algunas notas de política, que no resultaron las de mis mejores plumas, pero aprendí a oler lo que años después se transformaría en una cotidianidad, el poder de los políticos.
Y todo esto viene a colación, porque ayer se lanzó un libro sobre la revista Apsi, y plan B, ambas desaparecidas. Y estaba la Mily (periodista y escritora) en la testera leyendo su discurso inteligente y emotivo a rabiar, y se me pusieron los ojos vidriosos, porque esa mujer que decía ..."todos me aman, pero nadie me paga la luz", escribía con la fragilidad de la lucidez y eso nadie lo paga en este país.
Dejé de ir a Apsi cuando empecé a bajar mis notas en la U, y como era mi último año, trancé el feroz aprendizaje que estaba viviendo en esa casa de piso de madera por las últimas lecciones de la Escuela.
Ayer supe que el final de Apsi fue más que lamentable, bordeó lo patético, y hubo quienes quedaron como los malos de la película. Pero supe también, que aunque este país no permita medios de comunicación como ése, tuve el privilegio de pasar por ahí y eso quedó impregnado en mis letras y en mi memoria.
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