Asesoría y Comunicaciones para las Artes

Asesoría y Comunicaciones para las Artes
Asesoría y Comunicaciones para las Artes

domingo, octubre 23, 2011

¿QUÉ NOS ESTAMOS PERDIENDO?

El esquivo cine Europeo que llega a Chile

Por Valeria Solís T.



Detrás de una cámara Hi8 Paloma nos advierte de su desencanto por el mundo adulto que ella visualiza como un destino inevitable. Para ella “los grandes” parecen moscas chocando con una pecera, atrapados en rutinas sin alma. Decide entonces suicidarse cuando cumpla 11 años, faltan 365 días. En ese periodo dejará un registro de su entorno y lo cuestionará, pero sin que ella lo perciba también la transformará. La púber inmensamente creativa siente curiosidad por la portera del elegante edificio parisino en el cual vive, ella infiere a su corta edad que detrás de la adusta, huraña y desaliñada mujer de 54 años se esconde una profundidad sensibilidad. Renné Michel, la portera en cuestión, irá sacándose a lo largo del tiempo cada una de sus punzantes espinas y de paso le dará un gran regalo existencial a la delgada e inquieta niña al final de la historia. “Le Hérisson” cinta francesa estrenada en 2010 y dirigida por Mona Achace fue recientemente estrenada en las salas locales. Y por el boca a boca y de una manera casi silenciosa ha ido llenando las salas de público. Silenciosa como parece ser la presencia del cine europeo contemporáneo en Chile, relegado principalmente a ciclos de cine en centros culturales, salas universitarias, en los estantes de videoclubs y muy excepcionalmente en los llamados cines comerciales. VITRINAS AUSENTES Más allá del por qué no tenemos un acceso más masivo o quizá natural al cine europeo, quizá resulte importante preguntarse si realmente nos estamos perdiendo de algo. Echando una mirada hacia unas décadas atrás, cuando el cine Normandie estaba en la Alameda, la sala el Biógrafo se complementaba con una cafetería para la sobremesa cinematográfica, el Cine Arte Tobalaba generaba un espacio en Providencia y el cine Lo Castillo hacía lo suyo en Vitacura, se hablaba precisamente de espacios para el cine arte, y lo cierto es que precisamente eran esos espacios las concretas vitrinas para estar actualizados de las nuevas propuestas europeas y el público fielmente lo buscaba. En esos tiempos, los hermanos Paolo y Vittorio Taviani nos removían el corazón con “La noche de San Lorenzo” (1982) y Mario Camus nos prendía la alerta de la justicia con los “Santos Inocentes” (1984), donde conoceríamos a Azarías (Francisco Rabal) un viejo campesino con retraso mental cuyo único lazo con la realidad era un pájaro que llevaba al hombro por todos lados y cuya muerte desencadenaría una fiesta valórica. En la década siguiente se estrenaron más de 6 cintas del polaco Krzysztof Kieslowski. Primero sorprendió con parte de la serie “Decálogos” como “No matarás”, No amarás” o “La doble vida de Verónica”, donde se conoce su propuesta reflexiva sobre el alma, y la interrelación entre las personas y la realidad, como una gran telaraña que uniera todo, desde los deseos hasta las pesadillas, mostrándonos conceptos como los mundos paralelos y las sincronías. Así, su propuesta, más allá de mostrarnos una historia concreta nos llenaba de preguntas. Como en la cinta “La doble vida de Verónica”, donde la protagonista viaja a Praga porque siente que allá hay otra igual que ella, pero con una realidad distinta. El director entonces lleva al espectador a preguntarse ¿Es ésta la realidad? Kieslowski luego se vuelve más existencialista cuando dirige la trilogía Bleu, Blanc y Rouge, una suerte de homenaje a Francia como país que lo acogió después de la segunda guerra y donde aparentemente mezcla los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad a partir de historias protagonizadas por mujeres. Y sus conceptos del alma terminan quedando en evidencia en el final de Rouge, su última cinta. Ahí veremos que tras un naufragio aparecen Juliette Binoche, July Delphi e Irene Jacob, las musas de la trilogía, como diciéndonos: “¡Ven! estamos todos conectados”. También en los 90 un alemán nos mostraría su visión de la realidad, que ya tenía atisbos norteamericanos con su Paris -Texas del 84, pero logrando la mayor empatía del público con el vuelo de sus ángeles y su cinta “Tal lejos, tan cerca”, donde nos interpela: ¿Estamos solos? o ¿Nuestro mundo es tan dañino que hasta un ángel se puede corromper? El francés Patrice Leconte con humor nos presentaba sus comedias románticas, donde la sutileza del lenguaje cinematográfico resultaba ser más propositivo que el guión, por ejemplo, la historia de Antoine (Jean Rochefort) en “El marido de la peluquera” (1990), personaje que desde niño había sentido una profunda atracción por la peluquera del barrio, después de descubrir la tersura del seno blanco que se colaba por la blusa de la mujer, ese instante mágico que lo acompaña toda su vida, hace reír y enternecer, pero nunca reparar en que el tipo era un obsesivo que bordeaba la locura, porque finalmente lo que proponía Leconte era hacernos reír con esas obsesiones y así ocurrió también con “La mate porque era mía” (1993) y “El perfume de Ivonne” (1994). Desde Europa del Este, el serbio Emir Kusturica cautiva principalmente a las nuevas generaciones no sólo con sus historias intensas, con un dejo de denuncia sobre abusos de poder, sino también por su humor, ironía, por su banda sonora absolutamente característica de su cinematografía y su lenguaje visual que bordea el surrealimo. Así lo vimos en “Tiempos de gitanos”(1989) o “Underground”. La cinematografía nórdica rompió las fronteras con la aparición de los daneses Lars von Trier, Thomas Vinterberg y su Dogma 95. Sin escenografía, sin maquillaje, sin banda sonora ni vestuario específico para los actores, y además dejando caer la luz del sol con el riesgo de perder la claridad de las escenas es el lenguaje cinematográfico que nos comparten y curiosamente, aunque menos estético, puede conmover o impactar mucho más directamente al público, es decir, la crudeza de la imagen es tan frontal que si alguien no quiere ver una película para reflexionar, sino sólo buscando emocionarse, asuntarse o reírse, acá esas emociones se vuelven superlativas. Es lo que se conoció por ejemplo en las cintas “Contra viento y marea”, “Los Idiotas” o “La Celebración”. Un cine crudo, gélido, sin respiro. Pero desde mediados de los ´90, el cine europeo se ha vuelto esquivo y sólo se visibiliza cuando se ha tratado de cintas que han sido muy premiadas como la conmovedora “La vida de los otros” (Florian Henckel. Oscar en 2007) o, porque son parte de un ciclo de cine del continente y quizá, sí nos estemos perdiendo más que un buen argumento. Publicado en Revista La Panera, abril de 2011.

No hay comentarios.: