La mujer baja la escalera metálica y se sienta a observar
cómo todos corren para subirse en los carros.
Ahora no tiene apuro.
Se aburrió de correr sin mirar lo que había alrededor.
Quiso revivir la sensación infantil de reconocer cada manchita que hay en los pisos
y concentrarse en la nada.
En el otro andén hay una joven en un asiento anaranjado mirando cabisbaja.
Ella espera con miedo,
pues cada vez que alguien se atrasa a un encuentro
revive la sensación de abandono.
Ella prefiere pasar inadvertida
y que nadie sea testigo de que espera a alguien que la puede abandonar.
En un momento de distracción, la joven del asiento anaranjado
se topa con la mirada de la otra mujer.
Se siente descubierta, si fuera por ella tendría sólo a la luz sus ojos,
entonces comienza a hacer círculos invisibles con un pie,
mientras la mujer del otro andén repara en su delgadez, en su vulnerabilidad
y recuerda cuando ella era tan vulnerable, tan triste, tan frágil
como esa chica del asiento anaranjado.
Luego, la mujer sube la escalera metálica,
pues decidió caminar bajo la lluvia.
Se siente plena.
La joven en cambio, subió a un carro,
porque ya no está dispuesta a esperar más.
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