sólo puedo reconocerme
desde la soledad pausada,
la que me permite ver el color azul de las mañanas;
desde la soledad sin culpa
desde la soledad sin grietas, sin yagas,
sin un puto desconsuelo.
La rechacé tantas veces
por emborracharme de ganas
de sentir que una es parte de otro
y que ese otro es también tuyo
y que los sonidos, las letras,
o las historias o los trazos que él pudiera crear son el alimento.
Como cuando ese otro, que crees tuyo,
te siente, te huele desde la espalda desnuda
alojando su brazo por la cintura quieta.
Una fantasía maravillosa.
Pero hay veces en que la soledad,
lejana a la amargura, a la acidez, al barro,
a los recuerdos afiebrados, a las confusiones
es la ventana de cristales violetas.
y sólo ahí me puedo sentir
livianamente detenida.